martes, agosto 05, 2008

De vuelta..

Mucho de mucho..y poco de nada..entre demandas, estudios, retomo. Retomo con algo de antes..pero también de ahora..

No se que hora es... ni me importa..odio cuantificar el tiempo...eso solo me ha hecho daño.
Ahora es invierno, estoy resfriada y estadísticamente más propensa a la depresión que en meses cálidos. También estoy sola lo que viene a completar un cuadro nada envidiable, pero bastante común (supongo). Cuando uno está en casa aburrido o echado en cama sin otro panorama que cientos de paginas impresas o algunas decenas de canales de TV, o una que otra lejana llamada telefónica, opta por lo peor: el recuerdo. La nostalgia. Lo que podemos visualizar a la perfección mediante un saludable ejercicio de masoquismo. Modos de hacerlo sobran: sugiero el de mirarse con atención ese orificio que adorna la frontera entre el instinto y la buena conciencia: el ombligo.
Pienso en muchas cosas. Ideas mezcladas con sueños o realidades que interfieren con mi personal concepto de futuro y mundo: divago entorno a la historia secreta de aquellas cosas que cambian de dueño, con la sospecha de que este no es el punto de lo que quiero escribir (pero de todas formas continuo).Me refiero a los objetos que uno pierde por ahí llaves, lápices, papelitos con números importantes o direcciones sabiendo que nada de eso en realidad se pierde. No preguntes, me digo, porque yo tampoco sé que responder en ocasiones.
La perdida duele. No es una confesión: es apenas la constatación de una (otra) palabra AUSENCIA. Porque no solo objetos pierde uno con el transcurso de los días. El asunto también remite a la pérdida de personas. Aquellas que lo quiera uno o no, descienden del tren para quedarse ahí, donde no volveremos a buscarlas. Estaciones perdidas, sin nombre, por donde solo pasamos una vez y nunca más. Aquellas que nos interrogan de vez en cuando, sospechando que tal vez nunca existieron y que todo no fue mas que un extremo de nuestra necesidad por inventarnos afectos, cuentos o confusiones para recordar en conversaciones con uno mismo atravesados por la sensación de que la vida esta en otra parte.
A veces, tratamos de volver a esas estaciones en busca de algunas personas que se han cruzado en nuestro camino y aunque las hayamos visto una vez, tenemos la sensación de que esa persona era especial, que poseía la sensibilidad necesaria para entendernos, o simplemente escucharnos, ya que en lo poco que la conociste te descolocó absolutamente, te hizo ver el mundo de otra perspectiva y te hizo sentir especial. Quieres volver por ella, pero de pronto recuerdas que tu no querías que se bajara; y se lo diste a entender. No la obligaste, que lo hizo porque quería y porque si tu le interesaras sabría perfectamente como volver y no lo ha hecho. Y entonces dejas de buscarla, y deberías también dejar de creer en promesas rotas, dejar de esperar que vuelva. Y aunque la pérdida duela aceptar la ausencia.
Ahora es otro tiempo. Recuerdo encuentros fugaces y eternos a un tiempo. Imagino otros. Y me encierro (nuevamente) mirándome de un modo masoquista entre los demás, entre lo que debe ser y no es, entre lo que queremos y no es, entre lo que quizás definitivamente no es posible, como si la sumatoria de todo esto y otras cosas equivalieran a pequeña basurita agrandándose dentro de uno. Una basurita que alguien depositó en nuestros rincones y que sirve para la autocompasión promedio.
Y me quedo un par de minutos, de horas detenida, en la mitad de un tiempo que se abre como una veleta a cualquier viento, respirando hasta no poder mas, con ganas de romper la escenografía cotidiana y mandarlo todo a la cresta, a ese lugar impreciso donde nada ocurre exactamente, el de los tal vez sería mejor, el de los ordenes ajenos para terminar de todas formas sin entender nada, ni una sola cosa.
En resumen, cada uno tiene su propia historia que lo hermana con la perdida o con la sensación de haber imaginado en exceso. Ni siquiera tienen que remitir a la perdida, si se puede impedir que ocurra. Si se está dispuesto a apostar por la palabra siempre. Esa palabra que no empieza ni termina y en la que cuesta pensar, por lo mismo.
Y de pronto uno llega a conclusiones parecidas a preguntas. Como el trazado del mundo, de las vidas humanas, el que te incluye a ti y a mí, el que te construye (para mí) en una medida compleja e intransferible. Inexplicable e intima a la vez y que, si intentara explicarlo, podría remitir a un modo de estar, de encontrarse, en fin. En esto cada uno puede hacer su propio intento y reconocerse como co-protagonista de algo. Por que tal vez de eso se trate. Y el “tal vez” no tiene que ver con incertezas de ningún tipo. Solo significa que cuando nada es posible, en ese preciso instante (como el gol frente al estadio lleno) todo es posible y el mundo no es más, ni menos que un asunto personal entre nosotros y él. Igual, mejor, peor, distinto, son palabras que no cuentan a la hora de agregar cifras al marcador. Siempre habrá quienes después del pitazo celebraran y otros que (siempre) lo lamentaran. Es el espacio donde no existe la indiferencia. Es como ir al estadio.

Julio 2001